Alfredo Rocha Ramírez, egresado de la Licenciatura de Diseño de la Comunicación Gráfica.
Durante pocos años viví las preguntas que parecen hacer dudar sobre los fundamentos que justifican nuestra profesión: ¿El diseño puede ser arte?, ¿El arte puede ser diseño?, ¿Qué significa cada uno?.
Honestamente esas preguntas ya tienen un olor muy rancio, pues considero que la pregunta más importante es la que antes no se había colgado un diseñador, pero constantemente es formulada por los artistas:
-¿Se puede vivir (decentemente) de hacer diseño?
-¿Se puede vivir de hacer diseño?
-¿Se puede sobrevivir de hacer diseño?
Es una aproximación extraña eso de hacer estas tres preguntas en una, pues incluye las cosas más importantes en la vida de cualquier persona, como punto de partida, debemos definir qué significa “vivir decentemente”.
Todo proceso de vida necesita fricción, pues la vida misma es abrasiva, aunque nos cueste trabajo reconocerlo. Esa fricción puede venir en principio de tus padres, tus hermanos, tus vecinos o compañeros de salón. De donde sea, pero seguramente entrando en la vida adulta vendrá de ti mismo. De tu falta de experiencia, paciencia o visión, del constante ir y venir de impulsos que te llevan de un lado al otro de la profesión o de descubrir qué esto que haces no es lo tuyo.
De cualquier manera, te ocupas de evadir esas fricciones, sin saber que eso mismo te lleva a otro grupo distinto de dificultades y a ver cómo es que el proceso de aprendizaje no termina nunca. Entre más pronto lo entiendas, mejor.
Lo más seguro es que en el camino te encuentres con bifurcaciones que te lleven lejos del primer objetivo, pero que igual, en su proceso, sean ricas en experiencias.
Uno de los chascos más comunes es integrarse a la vida laboral con la ilusión de ser “salvad@“ por una empresa que pague por que te puedas dedicar a lo que más te gusta hacer, o al menos dedicarte a lo que estudiaste; que en el transcurso te conviertas en un muy buen elemento que pueda ir subiendo en el escalafón profesional, tal vez acumular suficiente energía para después poner tu propia agencia a donde asisten marcas grandes y tener una vida provechosa, luminosa y siempre a la vanguardia, o dedicarte a trabajar dentro del sistema y aprovechar el sueldo constante para tus objetivos a largo plazo.
Qué raros fueron esos años en los que la profesión parecía tener más glamour del que realmente tiene.
Ahora ha sido intercambiado por un descontento que se verbaliza cada vez más en el “gremio” y que afortunadamente ahora se siente más como una suerte de abuso a los diseñadores formándose en la vida profesional, que una ayuda a la formación del diseñador inexperto pero motivado.
El fallo importante en la formación de cada diseñador, así como de cada artista del tipo que sea, es la carencia de estimulación en el aspecto serio de lo que tiene que ver a las cuestiones de lo tangible: el dinero.
Crecemos como profesionales viendo más la cantidad de Gigabytes de RAM que tiene nuestra computadora, a lo que cuesta un día de vida. Cuántos Terabytes tienen nuestros discos duros o la memoria de los teléfonos móviles, que buscando el correcto balance del uso de las horas en nuestro día.
No pasa nada, no es nuestra culpa ni la de los profesores o de la institución que te dio un título. Todo influye y todo cuesta. El asunto es que afortunadamente habemos un grupo de diseñadores dispuestos a explicar cómo los de mi generación, y sobre todo las generaciones consecuentes, entramos a un entorno laboral ya bastante viciado previamente.
Los costos de vida son generalmente altos para un profesional en formación, pero igual lo son para empresas en formación. El costo de vida se extiende hasta para los profesionales experimentados y las empresas para las que trabajan.