Publicado el 2021-01-19 en Maestría

Un autogolpe de Estado al estilo Trump: La fragilidad democrática del presidencialismo

Por Humberto Pineda Acevedo

 

En la Maestría en Derecho Constitucional de la Universidad Latina de América, los estudiantes podrán reflexionar y estudiar de manera más profunda ciertos conceptos como presidencialismo, derechos humanos, democracia, tales como los que incluye este breve ensayo.

 

Las colonias de Norteamérica recién independizadas en el siglo XVIII conformaron una República Federal y fueron artífices del constitucionalismo moderno, el cual impulsó los fundamentos de los derechos y de las libertades – el legado de los Britishmen –, la atemperación y división del poder público, los checks and balances y la última palabra de los jueces. Todo esto dedicado a la res publica Ciceroniana clásica de la antigüedad, una Constitución ideal olvidada que buscaba revivir, pero la limitación temporal de la disciplina histórica lo impidió, y los estadounidenses solamente pudieron recordarla al contextualizar su nueva Constitución en un espacio diferente, en contraste con el modelo antiguo occidental.

 

La Constitución de 1787 estableció las bases de la democracia moderna. Definitivamente no era la democracia ateniense, aquella “forma de vida” de los ciudadanos. Esta nueva vida democrática estadounidense prometía un nuevo estilo de gobierno, el cual comenzó con reglas mayoritarias y procedimentales conteniendo rasgos verticales. Esta democracia, paulatinamente, fue creciendo e incluyendo nuevos diseños políticos de libertades, de tal forma que las reglas verticales se fueron transformando en horizontales y así, la forma se disolvió en lo sustantivo. Las mayorías Rousseaunianas dejaron de aplastar y todos comenzaron a jugar el verdadero sistema de las decisiones razonables – no necesariamente racionales –, a través de una democracia que era de todos – independientemente de su situación económica, social, política o cultural –, en donde la Constitución se convirtió en la institucionalización del poder. El poder público se auto limitaría por el mismo poder.

 

        

 

 

Este desarrollo democrático y civilizado en el terreno político fue posible por ese nacionalismo correctamente entendido por parte de los padres fundadores – Los Blue –, el cual consistió en mantener un orgullo constitucional, aquello que Rolf Sternberger y Jürgen Habermas identificaron como el patriotismo constitucional (Sternberger, 2001, pág. 29), no solo como un acto exclusivo de lealtad hacia la Constitución, sino una preservación de esta como un verdadero valor de una democracia. En este sentido, aquel orgullo constitucional derivaba de una estirpe política milenaria, por supuesto me refiero a los ancestros de los Blues: los Englishmen, quienes juraron ser institucionales desde tiempos inmemoriales, manteniendo la Corona y al Parlamento a salvo – Crown-in-Parliament –.

 

La estratagema política de las colonias independizadas fue la reclamación de ese orgullo constitucional que los llevó a buscar su independencia por medio de haber contraatacado al “Parlamento tiránico” (representado en la figura del monarca Jorge III). El mismo razonamiento político inglés les pertenecía, por esto los estadounidenses buscaron hacer cumplir la estricta observancia de la ley y de las instituciones.

 

“Un gobierno de leyes, no de hombres”, la fórmula aristotélica que el propio John Adams citó en el primer Congreso Continental de Filadelfia, la cual sería el fundamento del renovado Rule of Law. Los estadounidenses sabían de antemano y comprendieron que eran los herederos de una tradición política que valoraba las instituciones – la forma – y las libertades – lo sustantivo –.

 

 

El presidencialismo en los Estados Unidos de América (EUA) fue una innovación del “sistema constitucional Atlántico”. George Washington fue el primer presidente de los EUA, marcando dos valiosos precedentes: Solamente se reeligió para un periodo presidencial y al final de su segundo etapa como Presidente supo abandonar la investidura de la autoridad. Esto significó el entendimiento político de que un Presidente no podría ser reelegido por más que en una sola ocasión, y una vez que agotase el tiempo de su mandato la transición del poder sería pacífica. Esto resultó como una regla política no escrita dentro de la democracia estadounidense, por lo que a Washington se le puede considerar como un patriota constitucional, en virtud de haber elevado a la Constitución como un valor moral que la clase política debía siempre tomar en cuenta. De esta manera, el presidencialismo funcionó como ejemplo para los experimentos republicanos del resto de la América y del mundo. En 1797, la figura presidencial se convirtió en un mecanismo institucional. La Corona se quedó en el viejo mundo – la institución ha vivido por sí misma, no por causa del monarca –, mientras que Washington aseguró la supervivencia republicana de un nuevo gobierno presidencialista, en donde la persona – el Presidente – transmitió su patriotismo constitucional a la institución de la presidencia, siendo así como la democracia cobró vida en los EUA.

 

El 6 de enero de 2021 resultó ser un día negro – Black Wednesday – en la historia de los EUA. Donald Trump persistía en acusar de fraudulento el triunfo electoral de Joseph Biden, por lo que su discurso populista impactó en sus fanáticos, al grado de haber tomado violentamente el Capitolio, un acontecimiento que nunca había sucedido en la historia estadounidense.

 

¿Una protesta pacífica? Definitivamente, no. Lo que vimos en la televisión y en las redes sociales fueron hechos que constituyeron un auténtico autogolpe de Estado. Presenciamos una jornada histórica, en un día en que el Congreso ratificó la victoria de Biden – algo que parecía rutinario –, quien se convertirá en el Presidente número 46 de los EUA. El Presidente Trump autogolpeó a la propia institución presidencial. Aquel precedente histórico de Washington se esconde bajo la sombra “Trumpista”, porque Trump ha desvirtuado el patriotismo constitucional, desviándolo hacia un trágico patriotismo nacionalista que tanto daño causó en las décadas de los años veinte, de los treinta y de los cuarenta del siglo XX.

 

 

El arraigo histórico del presidencialismo – iniciado por la actuación de George Washington –, como una tradición constitucional centenaria, es más poderoso que cualquier persona. La democracia vive. El populismo no ganará en los EUA. Diversos mandatarios y gobiernos de muchas partes del mundo enviaron sus respectivos mensajes de apoyo, porque saben que la democracia que ellos mismos tienen es aquella democracia moderna fundada en los EUA, porque se tomaron en serio a Alexis de Tocqueville, porque las diversas experiencias constitucionales contemplan que el mejor escenario posible es el juego democrático, en donde la horizontalidad de la sustancia constitucional le da sentido a la democracia. Primero la Constitución, donde y cuando sea.

 

El programa de la Maestría en Derecho Constitucional de la UNLA te ayudará a entender mejor la importancia de la Constitución en la tradición occidental y los peligros que representa el “Trumpismo”.

 

 

Lista de referencias

Cicerón, M. T. Sobre la República. Libros I, II, III, IV, V, VI, (Sueño de Escipión).

Sternberger, R. (2001). El patriotismo constitucional, traducciones y notas de Luis Villas Berda. Bogotá, Colombia: Universidad de Externado de Colombia.

Vidal, G. (2004). La invención de una nación: Washington, Adams, Jefferson. Barcelona, España: Anagrama.

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