Por: Psi. Alejandro Ruiz, colaborador del Centro de Orientación Psicológica UNLA
Uno de los tópicos más comunes en consulta, así como en la vida privada de las personas, es el duelo. Aunque muchas veces lo asociamos únicamente al fallecimiento de una persona cercana, sería bueno aclarar que no es esta la única situación que nos llevaría a experimentarlo.
¿Cómo habría que entender al duelo? Quizá la definición más clara con la que podríamos comprenderlo es como «un periodo de ajuste multidimensional ante una pérdida o cambio abrupto en nuestra vida». Esta definición será un punto de partida importante, dado que podremos entender que experimentaremos un duelo en diversos momentos sin que alguien fallezca necesariamente. Será un duelo si terminamos una relación de pareja; será un duelo si perdemos un trabajo o cuando nos mudamos de casa.
Ahora, cuando hablamos de un ajuste multidimensional, también podría surgir la pregunta ¿qué dimensiones son las que se ajustan? Para ello, habría que considerar los cambios emocionales que experimentamos con la pérdida, como podría ser la tristeza, ansiedad o miedo, así como ajustes en nuestros hábitos, higiene del sueño o alimentación, en especial si estos estaban asociados a lo perdido.
Por ejemplo, si lo que perdimos fue un trabajo, probablemente estábamos acostumbrados a levantarnos a cierta hora del día, comer en determinado horario y convivir con otros. Asimismo, si lo que perdimos fue una relación o una persona, probablemente estábamos acostumbrados a verle cada cierto tiempo, a ir a ciertos lugares juntos o realizar algunas actividades en común. Por lo que esta multidimensión hace referencia tanto a aspectos emocionales, cognitivos y comportamentales.
¿Qué hago si estoy experimentando un duelo?
Lo principal sería comprender que estaremos en un procesamiento dual, es decir, por un lado, experimentaremos cosas relacionadas con la pérdida y, por otro lado, efectuaremos acciones encaminadas a aprender a continuar nuestra vida pese a la pérdida, aunque cabe aclarar que ambas experiencias son sumamente necesarias y que ocurren al mismo tiempo, ninguna es mejor que la otra y sin ser lineal.
En el caso de las experiencias relacionadas con la pérdida, podremos pasar de tener recuerdos de esa persona o lugar, a desear que las cosas cambiaran o fuesen como antes. Esto se ve sumamente influenciado por todas las cosas que tenemos asociadas a lo que o a quien perdimos, facilitando la aparición de los recuerdos. Junto con los recuerdos, es totalmente comprensible que experimentemos emociones de todo tipo y que no sean del todo agradables.
Es aquí donde nos encontramos con una problemática común, y es que muchas personas realizan múltiples esfuerzos por evitar ciertas emociones y memoria; suelen tratar de distraerse y buscar actividades que les hagan «pensar en otra cosa» o bien, evitar aquellos escenarios que les llevan a tener esos recuerdos, como podría ser el hecho de no pasar por ciertos sitios o dejar actividades que antes se llevaban en común, por ejemplo, dejar de ir a cierta plaza o dejar de comer ese helado que antes comían juntos. Y si bien, establecer estos límites es normal, ejecutarlos con alta frecuencia podría dificultarnos el proceso del duelo, dado que no obtendremos nuevos aprendizajes en la forma de relacionarnos con nuestras memorias, emociones y las cosas asociadas a ello.