Publicado el 2022-10-31 en Cps

¿Emociones negativas?

Por Alejandro Ruiz, Psicólogo del Centro de Orientación Psicológica.

 

Hoy en día es común que nos hablen de emociones “positivas” y emociones “negativas”, normalmente asociando a la tristeza, la ansiedad o el enojo como algo negativo, a la sorpresa y al miedo en ese limbo entre “bueno y malo”, según el contexto y a la felicidad como la emoción más deseable, incluso haciendo una asociación directa entre la salud psicológica y la felicidad como si de sinónimos se trataran.

 

¿Qué tanto es así? Cursos, talleres, campañas y basto contenido digital cuyo mensaje es “tienes que ser feliz” o “si no eres feliz es porque estás haciendo mal las cosas en tu vida”, además de mensajes revictimizantes hacia la presencia de otras experiencias emocionales, tal como en mensajes como “por qué estás triste si lo tienes todo” o “las cosas suceden, tú decides si te afecta o no”. Sin embargo, estos contenidos terminan por tener el efecto contrario y la intención del presente texto es poder reflexionar sobre ello.

 

De inicio, hablemos sobre qué son las emociones. Una forma en la que podemos explicarlas de manera clara sería como “experiencias psico-fisiológicas innatas que aparecen en eventos relevantes de nuestra vida”, al descomponer la definición nos encontramos con lo siguiente:

 

Psico-fisiológico: las emociones no son únicamente “mentales” como usualmente llegamos a escuchar, sino que están relacionadas con la parte fisiológica, por ejemplo, cuando una persona llega a sentirse triste puede experimentar una sensación de nudo en la garganta, ganas de llorar o escurrimiento nasal, las cuales son experiencias fisiológicas.

 

Innatas: las personas nacemos con la capacidad de experimentar emociones, son parte de nosotros y nosotras y es natural que en nuestra vida vivamos cada una de ellas, lo extraño sería que no ocurriera así, entonces, ¿por qué nos esforzamos tanto en conseguir no experimentar algunas de ellas?

 

 

Aparecen en eventos relevantes de nuestra vida: como decía, nacemos con la capacidad de experimentar emociones, pero a lo largo de nuestra vida vamos aprendiendo nuevos escenarios ante los cuales sentirnos de esa manera, de tal forma que cada uno de nosotros tiene diferentes aprendizajes en relación a ello y, por tanto, ninguno de nosotros experimenta la misma emoción ante el mismo evento de la misma forma o en la misma intensidad o con la misma duración. ¡Nuestras historias de vida hacen únicas a nuestras emociones!

 

La primera idea que me gustaría cerrar entonces es: todas y cada una de nuestras emociones son naturales.

 

Tal vez ahora surja una especie de cuestionamiento en relación a lo agradables y desagradables que son algunas de ellas, en eso estoy totalmente de acuerdo, no todas nuestras experiencias emocionales son agradables, pero surgiría la pregunta: ¿tienen que serlo? De inicio, no. Las experiencias emocionales, aun cuando no nos gusten algunas de ellas, están cumpliendo funciones importantes en nuestra vida y buscar eliminarlas sería una actitud peligrosa para nuestro día a día, dado que nuestras emociones siempre están en interacción con nuestro ambiente, ya sea un ambiente “interno” como los pensamientos y otras sensaciones físicas, o “externo” o como lugares, situaciones, personas, etc.

 

Por ejemplo, podemos experimentar miedo si notamos que algo quiere hacernos daño (como un perro ladrándonos) o si creemos que algo malo está próximo a ocurrir (como cuando estamos por cruzar una colonia peligrosa), conforme el miedo, naturalmente experimentaremos tensión muscular y agitación, sin embargo, esta es la forma que tenemos para prevenir o protegernos de un escenario de riesgo, dicho de otra forma, el miedo estaría cumpliendo su función. 

 

Sin detenernos tanto en el resto de las emociones, podríamos hablar que de manera general cada una de nuestras emociones cumple una función similar a la antes descrita, como el establecimiento de límites en el enojo o la asimilación de las pérdidas en el caso de la tristeza. 

 

De tal forma, que una segunda idea que habría que comprender estaría en relación al tema sería qué, nuestras emociones son necesarias, independientemente de si son agradables o desagradables. También es verdad que no son excluyentes las unas de las otras, puedes experimentar más de una emoción de manera paralela, tal como subir a una montaña rusa y experimentar miedo y alegría al mismo tiempo.

 

Ahora, es probable que si concluimos que las emociones son naturales y necesarias nos preguntemos: ¿cuándo es un problema emocional? La respuesta a ello quizá resulte un poco insatisfactoria al inicio: el problema inicialmente no está en la emoción, sino en aquello que lo está detonando o en las estrategias que estamos teniendo para afrontar dichas experiencias, las emociones son solo las reacciones intermediarias en ello.

 

Por ejemplo, si alguien me agrede constantemente es normal que yo me sienta triste, enojado o ansioso, es la respuesta natural a esa situación y si no hacemos algo con ese evento seguiremos experimentando esa emoción, si “hacemos algo con la emoción” probablemente resulte menos intensa o menos duradera, hasta que el evento vuelva a ocurrir.

 

 

Por otro lado, la forma que tenemos de afrontar el evento que provoca las experiencias emocionales y las experiencias emocionales en sí mismas resulta una pieza clave al momento de que las emociones se intensifiquen, duren demasiado o aparezcan con mucha frecuencia. Por ejemplo, si yo me siento con ansiedad por exponer en clase y me finjo enfermo para exponer (siendo esto mi forma de afrontar la situación), me seguiré sintiendo con ansiedad la próxima vez que me toque exponer.
De la misma forma, si ante ciertos pensamientos yo experimento angustia y decido distraerlos poniendo música, es muy probable que esos pensamientos vuelvan cuando deje de escuchar música o cuando aquello que me provocó esos pensamientos regrese.

 

Dicho lo anterior, es verdad que podríamos entender los “problemas emocionales” como una intensidad muy alta en las emociones, o como una frecuencia constante o con una duración extensa, tal como decir “me siento muy triste, o casi siempre estoy triste o llevo mucho sintiéndome triste”, pero actuar sobre esas experiencias sin modificar el contexto o nuestras estrategias de afrontamiento tenderá a ser insuficiente.

 

También es verdad que no podemos olvidar los componentes orgánicos o neurológicos, aunque en su mayoría tienden a ser correlacionales y no explicativos, es decir, es comprensible que si estamos experimentando tristeza se modifiquen algunos de nuestros neurotransmisores, pero no es esa modificación en nuestros neurotransmisores la que nos hace sentir tristes.

 

De aquí que, podamos establecer la tercera idea: si las emociones son naturales y necesarias, el problema rara vez se encontrará en la experiencia emocional en sí misma, sino en lo que la antecede y en sus consecuentes, es decir, en lo que le provoca como en lo que hacemos para lidiar con ella. Cabe resaltar el “rara vez”, pues siempre habrá excepciones, aunque estas no sean la regla.

 

Ahora, llegando al último punto, tendríamos la siguiente pregunta: ¿qué hago con mis experiencias emocionales?, esto lo podríamos resumir en tres pasos: identificar, expresar y regular.

 

Identificar: es importante que cada uno de nosotros pueda saber qué es lo que estamos sintiendo, ya sea una o más emociones. Poder observarnos a nosotros mismos y saber si lo que estoy sintiendo es enojo o miedo, si es tristeza o es algo más; a su vez, necesitamos saber cómo lo estoy sintiendo yo, ¿cuál es mi experiencia individual?, dado que las experiencias emocionales son específicas de cada persona, deberemos aprender a observarnos para ver cómo es esta emoción para mí: ¿se me nublan los ojos?, ¿siento presión en el pecho?, ¿me tiemblan las manos? Y así con cada experiencia. También sería sumamente valioso identificar qué de mi contexto me está haciendo sentir triste, ya sea una o varias cosas. 

 

Expresar: aquí sería cualquier estrategia que nosotros tengamos para vivir nuestras emociones, sin intentar “controlarlas” o evitarlas, dado que los intentos de control y evitación a nuestras experiencias emocionales únicamente las hará mantenerse de manera cíclica. Si necesitamos hablar, cantar, dibujar, escribir o cualquier cosa para expresar lo que sentimos deberemos de hacerlo, cualquier emoción que evitemos experimentar eventualmente seguirá apareciendo.

 

Regulación: si entendemos esto como los procesos mediante los cuales nosotros influimos en nuestras emociones, podemos asumir que acciones que tengamos pueden modificar la intensidad de las emociones, sin embargo, es importante saber que las estrategias eficaces de regulación emocional implican que identifiquemos y expresemos nuestras emociones, regulándose posteriormente de manera natural, como si fuera vaciar esa emoción para que no se desborde.

 

Cerrando esta cuarta idea, para poder vivir nuestras emociones de manera más adaptativa hemos de reconocerlas, experimentarlas y expresarlas, lo que eventualmente tenderá a regularlas. Si nosotros no nos permitimos expresarlas o si ni siquiera hemos intentado identificarlas, si tenemos muchos esfuerzos en evitarlas o en controlarlas, no podremos regularlas y se presentarán en nosotros de manera cíclica y probablemente la intensidad crezca como una bola de nieve.

 

En conclusión: cada una de nuestras emociones son válidas y necesarias, pero hay que identificarlas y expresarlas, así como afrontar aquellas situaciones que nos las provocan. No hay algo como emociones negativas, aun cuando existan algunas que nos resulten desagradables y experimentarlas no necesariamente requiere atención psicológica, aprendamos a vivir con cada emoción que a fin de cuentas son parte de la experiencia humana. No requieres ir a terapia por experimentar miedo o tristeza, pero quizá sea una buena opción si no sabes cómo afrontar esas emociones o si los recursos que tienes para hacerlo resultan insuficientes.

 

No es una enfermedad sentir. 

 

 

Referencias:

Michel, R. O. A. (2016). Regulación emocional en la práctica clínica. México. Manual Moderno.

 

Pérez, O. G., & Bello, N. C. (2017). Regulación emocional: definición, red nomológica y medición. Revista mexicana de investigación en psicología, 8(1), 96-117.

 

Anchondo, H. A. E. (2011). La inteligencia emocional plena: hacia un programa de regulación emocional basado en la conciencia plena (Doctoral dissertation, Universidad de Málaga).

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