Por: Mirtha Eurídice Rodríguez Urbina, docente de Idiomas UNLA
Cuento inédito original en portugués, presentado en mayo de 2025 en el concurso de la 5ª Edición “Contos do Dia Mundial da Língua Portuguesa”, promovido por Porto Editora, Camões - Instituto da Cooperação e da Língua y el Plan Nacional de Lectura, en Portugal. Este relato recibió la primera mención honorífica para América Latina, rindiendo homenaje a la inclusión, la diversidad y al poder transformador del lenguaje y la literatura.
Njamba, el marinero de piel azul
Njamba era un soñador, un soñador que vivía junto al mar… un soñador en un mundo donde soñar no estaba permitido. Procedente del sur de África, era un pescador experimentado que había llegado a Lisboa en busca de una oportunidad en el muelle de Ribeira das Naus. Todos los días miraba los barcos y se enamoraba de ellos. Podía pasarse toda la tarde contemplando a los marineros y lanzando guijarros a lo largo del muelle.
La gente hablaba mal de él, le tenía miedo. Desconfiaban de su aspecto harapiento y de su piel azul como el mar. Sabía que estaba en “boca de todo el mundo” porque todos en el pueblo murmuraban sobre su extraño aspecto. Pensaban que estaba loco, que iba por la vida sin importar nada, “sin tierra y sin techo”. Pero eso a él no le preocupaba. “Andaba siempre por las nubes”, ilusionado con convertirse en marinero y enrolarse en uno de esos grandes barcos legendarios como La Flor del Mar, un navío famoso que había recorrido las costas de África hasta llegar a la India.
Como si fuera Ulises, se imaginaba a sí mismo como un héroe lusitano surcando los mares y abriéndose camino por la ruta de las especias. ¡Njamba, el héroe conquistando las tierras de Oriente! Estaba absorto en estos pensamientos cuando el sonido de un silbato lo sacó de su ensueño.
—¡Loco Njamba, deja de pensar en “la muerte de la vaquilla” y ven para acá, rápido! —gritó Martín, su amigo, con quien solía charlar hasta altas horas sobre su intención de unirse a la tripulación de La Flor del Mar.— ¡El capitán Don Juan da Nova está reclutando gente para una misión! —dijo, señalando con entusiasmo—. ¡Es tu oportunidad, la que tanto estabas esperando! ¡Vamos, Njamba!
Njamba corrió, pero apenas llegó al final de la cola, el reclutador lo miró de arriba abajo con desdén. Observó su cuerpo delgado, su piel azul por tantos años de vida junto al mar, sus manos curtidas, y dijo:
—Este es “un Don Nadie”.
Las carcajadas de los demás lo hicieron apartarse, con una sensación de injusticia quemándole el rostro. El reclutador siguió prometiendo maravillas a los demás marineros de la fila, ignorándolo por completo.
Pero Njamba no estaba dispuesto a rendirse. Como dice el refrán, “agua blanda sobre piedra dura, tan dura golpea”. Ideó un plan para subir al barco. Aprovechó la noche, su mejor aliada, y logró colarse sin dificultad. Encontró un gran barril de madera, se metió en él y se cubrió con un saco de patatas vacío.
La noche transcurrió rápido. Njamba sentía su corazón acelerado mientras escuchaba a los hombres cargando el barco. Esperó con paciencia hasta que el barco dejó el puerto. El hambre lo obligó a salir: en la soledad del sótano, encontró restos de pescado en una olla y devoró la comida. Pero no estaba solo.
Descubierto como polizón, fue apresado en una bodega por orden del capitán Don Juan da Nova. Njamba trató de explicar que había querido embarcar legalmente y trabajar, pero nadie lo escuchó. Para ellos, era una “bolsa sin asa”, inútil e indeseable, más aún por su piel azul y su acento extraño.
Entonces llegó la tormenta. El barco se vio envuelto en un manto furioso de viento, olas y arena. Parecía que La Flor del Mar se marchitaría para siempre. La tripulación, atada y desbordada por el caos, no podía actuar. Pero un rayo golpeó el mástil y la explosión destruyó la puerta donde Njamba estaba encerrado.
Con fuerza inesperada, el marinero de piel azul tomó un hacha y rompió los obenques, liberando al barco del mástil que amenazaba con hundirlo. Sin embargo, la misma acción lo lanzó al mar.
El tiempo pareció detenerse. Njamba se hundió entre restos de madera, su cuerpo agotado y herido. Cuando parecía que todo estaba perdido, una red del barco lo atrapó. Entre las cuerdas, halló una pequeña piedra tallada: la Virgen de Gracia, con un niño en brazos. Su mirada lo hizo reaccionar. Rescató la figura y emergió a la superficie.
La tormenta había cedido, dejando una calma inesperada. Exhaustos, los marineros ayudaron a Njamba a subir a bordo. Reconocieron que lo que había hecho era un milagro y se avergonzaron de haberlo despreciado. Finalmente, vieron en él a un hombre noble y trabajador que solo quería mantener a su familia.
Días después, con la ayuda de la Virgen, el barco llegó sano y salvo a puerto. Llevaron la figura al convento de Gracia, donde fue colocada en el altar mayor. Con el tiempo, Njamba y su familia se integraron plenamente a la comunidad. El marinero de piel azul vivió en paz, acompañando a la tripulación en nuevos viajes a la India y recordándoles a todos que siempre hay que dar una oportunidad a quienes son diferentes.
FIN.
Modismos en el texto