Publicado el 2021-07-16 en Internacionalización Y Movilidad

Mi experiencia de movilidad académica internacional en medio de la pandemia

Por Karen Rosset Rodríguez Cortés

 

Soy Karen Rosset, estudiante de último semestre de Relaciones Comerciales Internacionales (RCI) en la Universidad Latina de América. 

 

Mi experiencia como estudiante de movilidad académica comienza a finales del año 2019, cuando tomé la decisión de cursar un semestre (P2020) de mi carrera en alguna parte fuera de México. Comencé a investigar las diferentes opciones que la UNLA me ofrecía. Finalmente, tuve clara mi selección: la Universidad de Santiago de Compostela, en Galicia, España.

 

 

Seguido de esto, empezaron los cursos de preparación para estar lista y entender los cambios que habría dentro y fuera de mí al seguir con el intercambio. Pasaba el tiempo pero en las noticias no dejaba de escucharse un virus detectado en Wuhan, China. ¿Quién diría que cambiaría toda la vida como la conocíamos? Con los días, la propagación del virus, ya nombrado COVID-19 era cada vez más extensa y en diferentes países. Finalmente, la OMS declaró una pandemia. Claro que constantemente me preguntaba ¿se cancelará mi intercambio? 

 

Después de todo el tiempo de incertidumbre y de dudas, el proceso seguía en pie y llegó mi carta de aceptación, el siguiente paso era contactar a la Embajada de España para tramitar la visa de estudiante, pero las citas ya no eran como antes, ahora tenía que enviar mis documentos por paquetería y esperar pacientemente la respuesta de la solicitud.

 

Así, con los documentos correspondientes envíe el paquete, ya habían pasado casi tres semanas y media cuando recibí una llamada de la Embajada, entusiasmada, la acepté pensando que sería la resolución de mi visa «¿qué podía salir mal?». Al contestar, malas noticias: mi pasaporte no había llegado y ahora tenía 10 días hábiles para entregarlo y, entonces, faltaban pocos días para navidad, las fechas para renovar mi pasaporte  estaban encima, las citas en la SRE estaban saturadas, así, pedí una cita de emergencia para tramitar el pasaporte, haciendo hasta la imposible para tener todo a tiempo. No me quedaba más que estar corriendo de un lugar a otro.

 

 

Afortunadamente, después de las dificultades, obtuve mi pasaporte y fui personalmente a la Embajada para entregarlo. Una semana después, me confirmaron la solicitud de la visa para recogerla. 

 

Al tener todo listo solo quedaba decidir la fecha en la que viajaría a España y comprar los boletos de vuelo. Así que, tres días después de recoger mi visa, tomé el vuelo desde la Ciudad de México con destino a Madrid. Al llegar, me tomé unos días para buscar alojamiento, ya que tenía unas semanas libres antes de comenzar el curso escolar. El estar buscando un lugar dónde vivir aún no me dejaba entender que ya estaba lejos de casa, cuando ya tenía mi espacio y lo único que pasaba en Santiago era llover, me di cuenta que ya estaba pasando y no había vuelta atrás. 

 

En un principio me fue difícil acoplarme al clima, la lluvia y el frío no cesaban y, esto sumado a las restricciones del COVID-19, me hacía muy difícil adaptarme y conocer gente, aunque me llenaba de paz poder salir a recorrer Santiago. Las clases se retrasaron alrededor de una semana y comenzamos en la modalidad online, dependiendo de los casos de COVID-19 se comunicaría a los estudiantes si la presencia en las aulas sería una realidad completa, parcial o nula. Esperando siempre lo mejor y luego de estar sola aproximadamente quince días, llegó mi amigo Arturo, también estudiante de la UNLA, los dos llegamos con muchas expectativas de nuestro intercambio, a veces salíamos a caminar. Mientras, con la ayuda de ambas universidades, hacíamos, borrábamos y volvíamos a elaborar los horarios de clase, hasta que por fin nos acomodaron todas las materias para el curso.

 

Poco a poco todo fue mejorando, las restricciones iban disminuyendo, el clima no mejoraba, pero al menos ya no tenía que estar siempre en casa. En cuanto a la escuela, el sistema educativo era distinto al de México, las clases se dividían en expositivas e interactivas, un solo profesor podía darte o no la misma materia, el número de alumnos en las reuniones de teams superaba los 65. Al bajar los casos de contagios, la universidad organizó grupos interactivos y, por semanas pares e impares, el regreso paulatino a las clases presenciales. Las aulas contaban con todas las medidas de sana distancia y solo podías sentarte en los lugares asignados para respetar las medidas de sanidad implementadas. 

 

Con el paso del tiempo, relacionarse con los compañeros de clase era más fácil y las restricciones siempre iban en descenso, todo esto dio pie a que, nos pudiéramos conocer con los demás compañeros de movilidad Erasmus: personas de diferente nacionalidad, forma de pensar, idioma e historias de su experiencia con el COVID-19. 

 

 

El presentar los exámenes fue totalmente distinto a lo que estaba acostumbrada: tuvimos que presentarnos fuera de la universidad para esperar las instrucciones correspondientes, dependiendo de la materia, el número de alumnos, el grupo y la forma de entrar a las aulas, que parecían auditorios de lo grandes que eran, y sentarse únicamente en los lugares asignados, para respetar la distancia de sanidad. 

 

Al concluir mi movilidad, experimenté la difícil emoción de tener que despedirme poco a poco de todos los amigos con los que conviví, pensar que todas las aventuras y memorias que hice con ellos serán para toda la vida, jurando y esperando volvernos a encontrar y seguir en contacto. Tuve muchas emociones encontradas al tener que volver a México y seguir con mi vida, por una parte sentí felicidad de estar de nuevo con mi familia, en mi casa, la comida y la comodidad, pero también sentí la tristeza de despedirme de mis amigos. Fue una experiencia de vida que me enseñó a conocer personas de otros lados y a darme cuenta de las diferencias de cultura que tenemos, pero también de las cosas que tenemos en común.

 

Vivir un intercambio es una experiencia que te enriquece como estudiante y como persona, todo comienza desde el momento en el que decides salir de tu zona de confort y enfrentarte a nuevos retos: la elección de un país entre las diferentes opciones que la UNLA ofrece, así como los factores relacionados con mudarte. Hacer esta movilidad me ayudó a conocerme mejor, aprendí mucho de todos y cada unos de los momentos que formaron parte de esta oportunidad, me ayudó a crecer mentalmente, adquirir nuevas habilidades y competencias con las que antes no contaba e igualmente desarrollar y explotar las que ya tenía. Con esta experiencia reforcé mi creencia de que hay que valorar cada parte de nuestras vidas y vivir al máximo.

 

 

Con la pandemia, muchos hemos reflexionado sobre qué es lo que hemos hecho durante nuestra vida y, sin duda, aunque la vida cambia constantemente y no tenemos control sobre todo lo que está en nuestro entorno, siempre tenemos que esperar lo mejor. Personalmente, la pandemia tuvo un impacto muy fuerte en mi forma de pensar y actuar. 

 

Para concluir con esta reseña, quiero agradecer a la UNLA y al Departamento de Movilidad Académica por darme la oportunidad de vivir esta experiencia de intercambio internacional, de acompañarme y resolver mis dudas; de brindarnos la facilidad de contactarnos con universidades nacionales e internacionales, por impulsarnos a mejorar y superarnos.

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