Por: Sidharta José Hernández Hernández, docente UNLA
Cuando tomas decisiones, el universo confabula a tu favor. En ocasiones creemos que algo no es para nosotros y, por una negativa, nos frustramos y dejamos de intentar; permitimos que nuestro ego nos limite, cuando el secreto radica en insistir lo suficiente hasta que la oportunidad aparezca.
Esta es la historia sobre cómo llegué hasta Colombia, y no fue de la noche a la mañana. Siempre he creído que las oportunidades se crean en el camino, con intentos, correcciones y noches en las que crees que nunca llegará lo que tanto anhelas. En mi caso, la oportunidad llegó cuando decidí dejar de lado el miedo al “no” y comencé a insistir. Insistí en enviar propuestas, en tocar puertas que parecían cerradas, en creer fielmente en mi potencial. Y un día, de manera casi mágica, se abrió la posibilidad: una invitación para compartir mi experiencia y conocimiento en la Fundación UNINAVARRA, en Colombia, frente a colegas y estudiantes que, como yo, buscan aprender y crecer.
Debo admitir que las primeras negativas me hicieron dudar de mi capacidad, de mi conocimiento, hasta de mi valor como profesionista. Sin embargo, esta oportunidad llegó gracias a que el Mtro. Diego Prado, director de Internacionalización y Movilidad, siempre me realizó invitaciones para participar en las diferentes actividades que se tienen con universidades colegas, a las cuales, en su gran mayoría, acepto con mucha emoción.
En Colombia descubrí que, aunque las realidades son distintas, los retos que enfrentamos como profesores son muy similares: formar jóvenes críticos, creativos y conscientes de su papel en la sociedad. La experiencia de estar en otra universidad, con colegas y estudiantes que me recibieron con tanto entusiasmo, me recordó que la docencia es también un viaje de aprendizaje mutuo.
Conocer personas apasionadas con su labor —no solo docente, sino profesional—, encontrarme con jóvenes con sueños, deseos, dudas, y tener la oportunidad de compartir conocimiento, crear proyectos o simplemente hablar de lo que hacemos en nuestro México, en nuestro contexto, ha sido una vivencia que me renovó la motivación de continuar con mi labor como docente, como empresario y como ser humano.
Lo que más me marcó no fue solo el hecho de hablar en otro país, sino darme cuenta de que la docencia no tiene fronteras. El aula se expande cuando cruzamos territorios, y nuestro trabajo como profesores puede inspirar más allá de la universidad en la que damos clase.
Por eso, invito a mis colegas docentes, así como a todos los estudiantes, a no rendirse en la búsqueda de experiencias más allá de nuestros límites. Si alguna vez sientes que una puerta se cierra, insiste, prepara tus propuestas y vuelve a intentarlo las veces que sea necesario. La academia es universal, y el conocimiento que compartimos merece cruzar océanos, montañas y fronteras.
Porque cuando un profesor se atreve a salir de su zona de confort, también inspira a sus alumnos a soñar en grande. No se trata solo de lo que enseñamos en el aula, sino de lo que demostramos con nuestras acciones: que los límites son mentales, que la perseverancia abre caminos y que la vida recompensa a quienes se atreven a insistir.