Publicado el 2021-10-07 en Bachillerato

De diez meses a diez años

Ankelyn Chávez Salvatierra es alumna de quinto semestre en BUNLA.

 

Todavía recuerdo el olor al entrar a aquella habitación en la que pasaría la mayoría de mis noches de reflexión durante diez meses repletos de aventuras, risas, lágrimas, sabores y personas nuevas e infinidad de aprendizajes. Todo ello llenó mi memoria de momentos inolvidables. 

 

 

Siendo honesta, llegar a dicha situación no resultó tan fácil. En un principio, se me presentó la elección de irme o no. Decidir esto no fue cuestión de horas ni algunos días, sino de un par de meses. Al verlo superficialmente, me parecía algo espectacular, sin embargo, existían muchos factores que no me permitían aprovechar aquella increíble oportunidad. El permiso de mis padres y el lado económico ya estaban resueltos de alguna manera. Mi verdadera preocupación se encontraba en los aspectos familiares, escolares y relativos a mis amistades en México.

 

Después de varias situaciones que acaecieron entre ellas el inicio de la pandemia, pude, por fin, dirigirme al lugar en el que diez meses me proporcionarían lo equivalente a diez años de aprendizaje. El nombre de dicha nación es Estonia, un territorio de pequeña extensión y población, pero con una gran cultura. Ahí, me di a la tarea de hacer valer la mayor cantidad de experiencias que se me presentaron: interacción internacional, adopción de tradiciones diferentes y viajes a parajes naturales hermosos.

 

Me atreví a hacer cosas que jamás pensé que haría en mi vida: saltar a un río semicongelado después de meterme a una habitación a un poco menos de 90°C, aprender otro idioma con ayuda de nativos, viajar sola por primera vez alrededor del país y deleitar mi paladar con el sabor del kohuke

 

 

Personalmente, el irme me hizo darme cuenta de muchas cosas. Me ayudó a salir de mi zona de confort, a descubrirme a mí misma y de lo que soy capaz. Desarrollé y puse a prueba valores como la paciencia, tolerancia, solidaridad y sinceridad. Este último en el sentido de que, si algo me hacía sentir bien o mal, lo aceptaba y expresaba. Me volví más independiente, ya que, aunque estuve con una familia anfitriona (a la que me atrevo a llamar mi segunda familia al otro lado del mundo) que me ayudaba y cuidaba, yo tenía que tomar muchas decisiones o arreglar mis problemas casi totalmente sola, porque ya no estaban mis papás para hacerlo por mí.   

 

Aprendí el valor que tiene el silencio y que las palabras se deben utilizar sabiamente, sin desperdiciarlas. De igual manera, me percaté de que, a fin de vivir en paz, es necesario dejar de preocuparnos de lo que otros podrían pensar de nosotros, además, no hay que dejar las cosas en el “hubiera”. Saber que tenía el tiempo contado para terminar mi estancia allá me hizo valorar y aprovechar cada día al máximo. En la vida no sabemos cuánto tiempo nos queda, entonces ¿por qué no aprovechar el momento, al hacer lo que nos trae felicidad sin acongojarnos debido a las opiniones de otros? 

 

Me siento dichosa al poder escribirles y recomendarles encarecidamente formar parte del programa de Movilidad Académica, pues, sea el país que elijan, obtendrán experiencias inolvidables. Yo tuve el privilegio de disfrutar un sabático en el país donde el silencio se rompe en el sauna y las preocupaciones se congelan a la par de los lagos en invierno.

 

 

 

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