El potro creció feliz jugando entre los manantiales y pastizales del territorio. En comparación con los otros, él siempre fue mucho más inquieto y tenía una energía incontrolable, por lo que era muy difícil, tanto para el capataz como para los demás caballos, seguirle el paso.
Una tarde de verano, cuando ya había adquirido la fuerza e inteligencia suficientes; mientras los demás potros y caballos reposaban cómodos en el establo, el potro saltó la cerca de madera que los mantenía en el potrero y corrió por el horizonte hacia territorios nuevos y desconocidos. Los otros, al ver la alegría con la que corría libre, intentaron seguirlo, pero no todos lo lograron; los más jóvenes no tenían la fuerza necesaria para saltar y los más viejos ya no eran tan ágiles. El capataz desde lejos, con tristeza y asombro, los vio partir.
Esa misma noche, un fuerte ruido seguido de un vigoroso relinchar despertó al capataz, que rápidamente prendió su lámpara y se encaminó hacia el potrero. Apuntó su luz hacia la cerca y vio que el potro había regresado para romperla y permitir así, que los que se habían quedado atrás lo siguieran. El potro ayudó a cada uno a salir, y de esta forma todos corrieron tras él.
Esa fue la última vez que el capataz pudo verlo. Sin embargo, de vez en cuando y sobre todo al atardecer, lo escuchaba relinchar a lo lejos y se imaginaba las cosas grandiosas que estaría haciendo en ese momento, lo que siempre dibujaba una sonrisa en su rostro.
Somos Potros UNLA, pues compartimos las mismas características y valores del potro. Somos inteligentes, fuertes, ágiles, rápidos, valientes y nunca dejamos a los nuestros atrás. Ayudamos a quien más lo necesitan y vivimos en armonía con la naturaleza. Somos líderes y estamos siempre en movimiento, transformando nuestro entorno cuando así se requiere. Nuestra energía se enfoca en ser mejores cada día.
¡Bienvenido, estás en territorio Potro!